¿Necesita su adoración ser restaurada hoy? – Luis Manzanero

Lucas 19:45-48
45 Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, 46 diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. 47 Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle. 48 Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole.

Previo a nuestro pasaje, Jesús había entrado a Jerusalén. Al entrar, fue recibido en medio de cánticos y alabanzas. La gente, es decir, su pueblo, lo había reconocido como el legítimo rey de Israel, proclamando: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!”. Los fariseos, incómodos por las palabras que escuchaban, le dijeron al Maestro que los callara. Sin embargo, Jesús les declara que, si estas personas callaran esa verdad, las piedras clamarían dicha verdad: Él es el Rey de Israel.

¿Qué habrían pensado las personas al ver cumplirse en vivo la profecía de Zacarías 9:9: «¡Regocíjate sobremanera, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que tu rey viene a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna»? ¿Qué habría pensado usted? De seguro, muchos de ellos se habrían preguntado: ¿Llegó la hora de que el reino sea restaurado? ¿Echará fuera y nos hará libres del yugo de Roma? ¿Condenará ahora con su boca al imperio opresor? Sin embargo, vemos que las primeras palabras del Señor fueron de lamento y de juicio contra Jerusalén: “¡Ay de ti, Jerusalén!”. Él había sido recibido por el pueblo con gozo, mas Él recibe a la ciudad con lágrimas: “Y viendo a la ciudad, lloró” (Lc. 19:41). Otros pudieron haber dicho: “De seguro ahora irá por Herodes”. Otros: “No, tiene suficientes seguidores; de seguro aprovechará la Pascua y atacará a Pilato”. Sin embargo, sorprendentemente, no atacó a ninguno de estos, sino que atacó el lugar más sagrado de toda Jerusalén: el templo.

No era tiempo de restaurar reinos, ni gobiernos, ni sistemas políticos. El Rey había venido por algo más grande: restaurar la verdadera adoración.

¿Ha pensado usted en esa palabra, “restaurar”? Es una palabra fuerte: implica que se ha perdido o cambiado algo que simplemente no tuvo que haberse perdido o cambiado. Pero, si quisiera ser más específico, ¿qué es restaurar? Viene del latín restaurare, que significa volver algo o alguien a su estado original. Pero esa definición queda algo corta sin la Escritura. Cuando vemos “restaurar” en la Biblia, la Palabra de Dios va mucho más allá: restaurar es volver algo o alguien a la plenitud del propósito original de Dios.

Eso es lo que el Espíritu Santo quiere hacer con usted en este día, si usted se lo permite. Pero también, hay que considerar algo de suma importancia: para restaurar una vida de verdadera adoración, primero es necesario restaurar verdades. Y precisamente la intención de este escrito es poder recordarle algunas de ellas, por si quizá las ha olvidado.

Restauremos el concepto del templo.

Para restaurar el concepto del templo, primero sería bueno hacer exactamente lo que el Señor Jesús hizo en él: echar fuera del templo todo aquello que está en el templo, pero que no es el templo.

Lo que no es el templo

1. El templo no es un escenario para la auto-proclamación.

Recuerde que, si usted retrocede un capítulo, se encontrará al Señor Jesús refiriendo una parábola: la del fariseo y el publicano, ambos… en el templo. Uno, en silencio, susurraba golpeándose el pecho: “Sé propicio a mí, pecador”. Y el otro vociferaba diciendo: “¡Dios! Te doy gracias porque no soy como los otros hombres: pecadores, injustos, adúlteros, etc.”. (Piense cómo es usted, ¿entra usted en la oración del fariseo?). “Soy justo, ayuno dos veces a la semana y doy el diezmo de todo lo que gano”. No se olvide que Jesús termina dicha parábola con la enseñanza central: “El que se exaltare será humillado, y usted sabe quién es el que humilla. Mas, al contrario, el que se humillare será exaltado, y usted sabe muy bien quién es el que exalta”.

O tal vez recordará cuando el Señor enseñaba acerca de la oración. Decía: “Cuando ores, no seas como estos hipócritas, que aman orar de pie en los lugares sagrados, sinagogas y en las esquinas de las plazas”. ¿Y para qué? Para que las personas los vean. No olvide que Jesús termina enseñando: “Les aseguro que ya tienen su recompensa”. Y sabe usted que no de parte de Dios.

2. El templo no es un lugar para beneficios personales, y mucho menos familiares.

¿Acaso no recuerda usted el libro de Nehemías, cuando el sacerdote Eliasib, habiendo emparentado con Tobías, le construyó en el templo una habitación, la cual Tobías usó como bodega para guardar sus cosas? Nehemías sigue diciendo: “Al enterarme del mal que había hecho, fui a la casa de Dios y arrojé todos sus muebles fuera del atrio, e hice volver a la casa de Dios los utensilios de Dios”. (Neh. 13:4-9) ¿Lo ve? Eche fuera de su vida (y de la casa del Señor) todo aquello que no corresponde a la adoración, y pídale al Espíritu Santo que haga volver a su vida todos aquellos utensilios que le ayudaban a tener una vida de verdadera adoración ante Dios.

3. No es un lugar para autoritarismo ni ejercer control sobre otros.

Por favor, no olvide usted cuánto desagradó a Dios la actitud de los hijos de Elí cuando servían en el templo. Cuando alguien traía una ofrenda al Señor, enviaban a su criado a decirle: “Dame un poco de la ofrenda para que el sacerdote coma, y si no me la das, la tomaré por la fuerza” (1 Samuel 2:12-17). Acto seguido, Dios le dice a Elí: “Esto te será por señal, Elí: tus dos hijos morirán el mismo día”. Tenga cuidado con tales actitudes.

4. El templo no es para enriquecerse.

En nuestro pasaje, Jesús entra al templo y arremete contra todo un sistema liderado por la élite religiosa. Recordará usted qué se celebraba: era la Pascua. No había otra festividad que reuniera a miles de miles de personas de todo el mundo en un solo lugar, siendo el templo el centro de enfoque. Era, como las iglesias llamarían hoy, «la actividad» perfecta para generar ingresos. Miles de peregrinos de todo el mundo subían a Jerusalén para celebrar la Pascua. El templo, manejaba su propia moneda y, como venían de otras partes, traían su moneda con la que trabajaban en sus lugares de residencia. Por lo cual, había en el templo lo que usted conoce bien: la mesa de los cambistas, quienes se encargaban de cambiar la moneda por la moneda que se utilizaba en el templo.

Aquí era donde empezaba el negocio, pues al cambiar la moneda cobraban una comisión abusiva a los peregrinos. Ese mismo dinero servía para la compra de los animales para el sacrificio, los cuales se vendían incluso a sobreprecio. Era la actividad más grande, la oportunidad perfecta para hacer más dinero, pero qué triste que no era la oportunidad perfecta para hacer más discípulos para el Señor.

¿Y usted? ¿En qué ha convertido la casa del Dios vivo? ¿Es para usted un club social? ¿Es para usted una “actividad sana” que ha adquirido en su rutina? ¿La ha convertido acaso en un medio de ganancia? ¿Es un lugar para el networking, donde puede ofrecer sus servicios, viendo a las personas no como hermanos sino como clientes potenciales? he visto esto y créame, es decepcionante.

Déjeme darle un sano consejo, un detalle que nos lo da el evangelio de Marcos, pero no lo vemos en Lucas. Dice que, luego de haber sacado a todos, “no dejaba que ninguno entrara al templo con utensilio alguno”. (Mr. 11:16) Aquí está el consejo: al venir al templo, deje fuera de la casa de Dios lo que no es de la casa de Dios. O así, como en nuestro pasaje, tarde o temprano experimentará la ira del dueño de casa.

Entonces, ¿cómo debe acercarse? Pues acérquese bajo las verdades de la casa de Dios. Hemos conversado un poco sobre lo que no es el templo, y me alegro que haya llegado hasta aquí; eso dice mucho de usted. Ahora, veamos lo que la Biblia dice que sí es el templo, y vaya meditando en usted, en los conceptos que hay en su corazón sobre la casa de Dios, y vea si se alinean a lo que la Escritura declara.

«46 diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.»

Lo que sí es el templo

1. EL templo es el lugar donde Dios decidió vivir entre nosotros. En Éxodo, el templo fue el lugar donde Dios decidió establecer su presencia entre su pueblo. Allí pondría su nombre, allí estaría su gloria. El mensaje era claro: Dios no es distante, quiere habitar en medio de su pueblo.

¿Vives usted con la conciencia de que Dios quiere habitar en medio de su vida diaria, o lo mantiene a la distancia?

2. El templo era el lugar de búsqueda. Allí la gente podía acudir para levantar su oración, para encontrar dirección en la Palabra, para buscar el rostro del Señor. Cuando Salomón dedicó el templo, oró diciendo que los ojos de Dios estarían sobre ese lugar día y noche, atentos a la oración de su pueblo. En otras palabras, el templo era un recordatorio visible de este Dios cercano, que Dios escucha.

¿Dónde busca dirección hoy? ¿En la Palabra y la oración… o en las voces cambiantes del mundo?

3. El templo era el lugar para conocer a Dios. A través de la ley y de los sacrificios, el pueblo aprendía que un pecador no puede acercarse al Dios tres veces santo, que el pecado necesitaba ser expiado. Cada animal que moría en el altar apuntaba hacia Cristo, mostrando que el pecado siempre exige un pago… y que ese pago sería finalmente cubierto en la cruz por amor.

¿Esta usted conociendo a Dios en su palabra? ¿Reconoce la gravedad de su pecado y lo que Cristo pagó por usted en esa cruz?

4. El templo era el lugar de reunión. Allí el pueblo celebraba, adoraba y recordaba las maravillas de Dios. No era un espacio frío, sino un lugar de vida comunitaria, donde la fe se hacía experiencia compartida en la comunión unos con otros.

¿Está experimentando la fe en comunidad, o se conforma con una vida cristiana aislada? ¿Qué está aportando usted a la comunión de la iglesia?

5. El templo era para todos. Jesús lo recordó al citar Isaías 56: “Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. No era un espacio exclusivo para israelitas; era el lugar donde cualquier persona, de cualquier nación, podía encontrar el rostro de Dios.

¿Cómo está contribuyendo para que su iglesia sea realmente una “casa de oración para todos”? ¿A quién está invitando a experimentar este Dios cercano?

6. El templo era el lugar de perseverancia. En Hechos vemos a la iglesia primitiva reuniéndose en la Palabra, en la oración, en la comunión y en la fracción del pan. Y no solo eso: compartían de lo suyo para suplir las necesidades de los hermanos, ya fueran espirituales, emocionales, físicas o económicas. Era un templo vivo, un pueblo restaurado en la práctica del amor.

¿En qué áreas necesita perseverar más hoy: en la Palabra, en la oración, en la comunión, o en la generosidad? ¿Qué pasos concretos dará usted esta semana para vivir como parte de ese templo vivo?

¿Ve lo que es la casa de Dios? es esto y mucho más, por ello, querido lector, no deje que la casa del Señor se convierta en algo que no es. No permita que el mundo re-defina la iglesia que el Señor compró con su preciosa sangre. El templo, la casa de Dios, es lo que la Escritura dice que es. Y déjeme darle otro sano consejo: déjela tal cual es. Dios no necesita que re-definamos la iglesia; necesita que vivamos de tal manera que nuestra vida afirme lo que Él ya ha afirmado, un pueblo escogido, una nación santa.

Ahora bien, si el Señor Jesús reprendió con firmeza a quienes estaban en el templo por haber convertido la casa de Dios en cueva de ladrones, ¿en qué la convirtió Él cuando los sacó?

Note lo que hizo el Señor: expulsó a los que vendían, echó fuera a los que compraban, volcó las mesas de los cambistas y no permitió que nadie entrara cargando utensilio alguno. ¿Cuál fue el resultado? El ruido de tantas actividades cesó, y ahí, se encontraba el maestro enseñando la palabra “Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle” (Lucas 19:47).

Pero, pastor, me aburre leer la Biblia. Otros dirán respecto a los jóvenes, “abogando” por ellos: Pastor, no se puede tener a los adolescentes estudiando dos horas seguidas la Biblia.

Yo le pregunto: ¿no se aburre usted viendo una hora de videos sin sentido, pero le aburre diez minutos de Palabra viva?

No se deje engañar, nadie se aburre buscando oro en una mina que sabe, de seguro va a encontrar.

El templo no es un edificio vacío ni un simple recuerdo histórico. Es un espejo. Cada vez que lo estudiamos, Dios nos muestra qué hay dentro de nuestro propio corazón, porque como bien dijo: Ustedes son templo del Espíritu santo. (1 Cor. 3:16) Así como Jesús limpió el templo, Él quiere limpiar su vida de todo lo que estorba la verdadera adoración. Pregúntese: ¿qué mesas siguen levantadas en su interior? ¿Qué “cambistas” sigue tolerando en su corazón?

La enseñanza es clara: la casa de Dios debe ser lo que Él dice que es. Una morada de Su presencia, un lugar de búsqueda sincera, de enseñanza que transforma, de reunión gozosa, de puertas abiertas a todos, y de perseverancia constante en la fe. No lo re-definamos según nuestra conveniencia; dejemos que la Palabra lo defina. No añadamos lo nuestro; restauremos lo que Él estableció.

La pregunta, entonces, no es si usted entendió el concepto del templo… la pregunta es si lo va a vivir.

  • Si Dios habita en usted, ¿cómo va a vivir hoy?
  • Si la oración abre Sus oídos, ¿cuándo va a doblar sus rodillas?
  • Si Cristo pagó su deuda, ¿cómo va a responderle?
  • Si la iglesia es un cuerpo vivo, ¿qué parte del cuerpo está siendo usted?

El templo apunta a Cristo, y Cristo quiere apuntar su vida al Padre. pero es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad (Jn. 4:23-24)

Amado lector, hoy es un buen día para volver a la escritura, para restaurar, devolverle a Dios la adoración que su santo nombre merece.

Que Dios le bendiga.

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